jueves, 22 de diciembre de 2011

Palabras


Reza un dicho que las palabras “se las lleva el viento”. En cierto modo, así es. Palabras pronunciadas que consisten en la asociación de múltiples fonemas que tienen un significado y cuyo sonido se pierde en el vacío al expandirse en forma de ondas. Y el viento se las lleva. A veces las hace desaparecer, otras las transmite a algún lugar donde no podrían ser escuchadas sin su ayuda. Pero la permanencia de las palabras depende de la memoria y de nuestros hechos, y cuando el viento del tiempo las arrastra, se pierden en el pasado.
Pero el otro componente de esas palabras es algo maravilloso que, como dijo un joven filósofo, ni siquiera el tiempo es capaz de destruir. Y eso es aquello que cada una de esas palabras origina en nuestro corazón. Escuchamos una palabra y sentimos algo relacionado con ella. Una conversación es una explosión de emociones encontradas, ya sean dispares o semejantes. Y lo más especial de las palabras es que, para cada persona, pueden significar una cosa u otra: la palabra “amor” puede llenar de alegría el corazón de una joven enamorada, hacer llorar a un hombre que perdió a su amada o embargar a una pareja de ancianos de nostalgia al recordar aquellos tiempos en los que empezaban a descubrir lo que era el amor. La palabra “muerte” puede aterrar a los que temen su llegada o despertar las reflexiones de brillantes pensadores acerca de lo que hay más allá de ella. Hay palabras como “universo” capaces de hacernos sentir diminutos en un mundo de gigantes. Una palabra con un significado tan claro como “invierno” puede reconfortar a alguien que recuerda el fuego del hogar mientras la nieve cae fuera, mientras que otro puede emocionarse al evocar la adrenalina que produce esquiar desde lo alto de una montaña. Ni siquiera palabras como “odio” y “guerra” son negativas, porque nos hacen sentir: sentimos que rechazamos esos conceptos, sentimos que nos compadecemos de las personas que sufren, sentimos que queremos ayudarles; en resumen, sentimos que estamos vivos. “Ocaso” remite a “belleza” para unos y a “muerte” para otros, mientras que para los menos profundos quizá signifique “cena”, y por tanto disfrutarán como los primeros imaginando el delicioso sabor de un filete o amargándose como los segundos ante la perspectiva de un plato lleno de col mustia. Quizá no recuerdes las palabras exactas que un amigo te dijo cuando te hizo un gran regalo sin motivo o te ayudó con algún problema sin pedir nada a cambio, pero siempre quedará en ti la sensación de agradecimiento y amistad que dejaron en tu corazón. El tiempo puede llevarse consigo los sonidos, incluso el significado (¿acaso significan hoy día “izquierdo” y “siniestro” lo mismo?), pero no el sentimiento que crean en nosotros. Tal y como decía Platón, el concepto, la Idea, es eterna. Aunque, en este caso, no sea inmutable, sobre lo cual lamento contradecir al sabio griego.
A las palabras no se las suele respetar mucho. Sufren cambios de significado por mal uso, faltas de ortografía y menosprecio por parte de aquellos que las usan a su antojo para manipularnos mediante sus múltiples acepciones. También las acusan de ser frívolas. Craso error: incluso la palabra “frivolidad” nos remueve algo en el corazón cuando la escuchamos. Quizá a la persona a la que acusan de frívola en un entierro por hacer un comentario cómico sólo estaba intentando usar el poder de las palabras para reconfortarnos y atisbar un ápice de la hermosa palabra “esperanza” en la emocionante a la vez que inquietante palabra “futuro”. En el fondo, la única palabra frívola es “palabra”. Cuán peyorativo significado para algo tan poderoso que puede cambiar nuestra forma de ver el mundo, de ser mejores personas, y, ante todo, de hacernos sentir vivos. ¿Qué sentido tendría, pues, la palabra “humanidad”?

Claudia Sanchís

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